jueves, 11 de octubre de 2007

cordura VII

Dicne en National Georgaphic qeu si el cerebor leyear todso lso caractérse de todsa lsa palabars nso volveríamso locso.

jueves, 20 de septiembre de 2007

y al tercer día, volvió a morir

La viuda del futbolista fue a arreglar la tumba de su marido. Aquella tarde le iban a hacer una entrevista para el programa estrella de la cadena líder de audiencia y quería que la tumba de su marido fuera la más bonita de todas.

Entró en el cementerio y saludó con un gesto marchito y lágrimas en los ojos al funcionario encargado del registro de entradas y salidas. El funcionario correspondió al saludo y apuntó en una libreta: tres. La mujer del futbolista se cruzó en su camino con las otras dos personas que lloraban, ajenas a todo, a sus seres queridos.

Llegó hasta el nicho, situado a ras de suelo, cambió las flores que empezaban a marchitarse por unas nuevas, resplandecientes, limpió el polvo de la foto en la que su marido celebraba el gol que metió a su equipo en la copa de Europa, besándose el anillo. De repente escuchó un ruido. Venía del interior del nicho. Se asustó. Se formó una pequeña grieta en uno de los bordes de la lápida. Sonaron varios golpes más hasta que el cemento cedió y la lápida cayó levantando una pequeña nube de polvo al golpear contra la el suelo de arena. El futbolista salió del nicho. Su mujer no podía creer lo que estaba viendo. Esbozó una mueca, mezcla de alegría por volver a ver a su marido muerto y de terror por volver a ver a su marido, al que creía muerto. Le preguntó qué estaba haciendo él allí.

El futbolista le explicó lo del túnel, le contó que había visto a sus abuelos, a su tío el que murió pillado por un toro cuando saltó de espontáneo en la Maestranza y a otra gente que no conocía que le aplaudían y que al llegar al final del túnel, en lugar de estar la típica luz, estaba San Pedro, que le dijo que todavía no era su hora y que volviera por donde había venido. Las palabras de San Pedro le chocaron un poco, pero ¿qué iba a hacer? No le iba a llevar la contraria al portero del cielo así que dio media vuelta y emprendió el camino de vuelta a la vida. Lo que pasa es que se perdió. Estuvo caminando varios días hasta que por fin encontró la salida del túnel y ahí estaba, vivito y coleando y abrazando a su mujer.

El futbolista quería saber que había pasado en su ausencia y su mujer le explicó que le habían dedicado homenajes en todo el mundo, que había salido en todos los periódicos y en todas las televisiones, que la gente se había portado muy bien con ella y con su hijo, pero hacía un par de semanas que se había formado un follón bastante importante por el tema de la herencia. Claro, al no haber hecho testamento todo el mundo quiere pillar cacho. Y ella no estaba dispuesta a darle nada a los tíos del futbolista que ni siquiera habían ido a la boda y ahora querían quedarse con la casa de la playa. Él la tranquilizó. La herencia ya no era problema. El viaje por el limbo le había abierto los ojos y había decidido donar todas sus posesiones a una ONG para ayudar a los más necesitados. Su mujer rió nerviosa, no hay que precipitarse, acababa de vivir una experiencia traumática y seguramente estaría en estado de show. Lo que tenían que hacer era ir a casa, comer algo, echarse una siestecita y dejarse de ONG’s y tonterías. No consiguió convencerle, estaba seguro de que no les hacía falta el dinero para ser felices. Ella insistió. Él se cerró en banda, si hasta tenía claro a que ONG iba a donar el dinero. Antes de que el futbolista pudiera seguir hablando, la mujer le estampó el jarrón en la cabeza. El futbolista cayó al suelo y se golpeó la sien contra una esquina de la lápida. Su mujer comprobó que no tenía pulso. Estaba muerto… otra vez. La mujer metió el cuerpo de su marido en el nicho, colocó la lápida en su sitio, recogió el jarrón roto y las flores esparcidas por el suelo y lo tiró todo en una papelera. Ya no era la tumba más bonita del cementerio. La viuda sacó un espejito del bolso, se arregló el pelo y esperó a que llegaran los de la televisión.

sábado, 8 de septiembre de 2007

Suicidio

Cerró el libro y se durmió. Se despertó a las tres en punto de la mañana. Su corazón latía con la fuerza de un motor. Por fin las musas se habían dignado a aparecer. Llevaba más de tres años esperando esa idea. La idea. Tres años de espera, de pasar hambre, de trabajos de mala muerte, de dsesperacion creativa. Esa noche la sequía se convirtió en inundación. Pasó tres semanas escribiendo sin levantar la vista de la máquina de escribir. El teléfono sonaba una y otra vez. Llamaban del trabajo. Perdió veinte kilos. La comida se podría en la nevera. La barba crecía con cada capítulo terminado. El cenicero lleno de colillas. Un cigarrillo por página. Cien, doscientas, trescientas páginas. El teléfono sonó por última vez. Un mensaje en el contestador le anunciaba su inminente despido. Cuatrocientas, quinientas, seiscientas cincuenta y cuatro páginas a doble espacio. Fin. Su obra maestra estaba terminada, impresa y encuadernada. Se negó a hacer una segunda lectura. ¿Para qué?. La editorial tardó en contestar varios meses. Los nervios, agarrados al estómago, le impedían vivir con normalidad. El tiempo pasaba despacio. El cenicero se volvía a llenar de colillas. Un cigarrillo cada cinco minutos. Cada tres minutos. La espera era insoportable. En la televisión los programas duraban días. Los pájaros se posaban sobre el alfeizar de su ventana a cámara lenta. Llevaba mucho tiempo sin pisar la calle. Un viernes sonó el timbre. El cartero le entregó una carta certificada. Firmó en la línea de puntos. Abrió el sobre y despertó. La frustración llenó el apartamento. La carta era clara. Plagio. Plagio. Plagio. La rabia inyectó sus ojos en sangre. Decidió suicidarse. Pensó la forma más humillante de hacerlo pero no se le ocurrió nada. La confianza en su creatividad desapareció en el momento en el que la carta certificada entró en su casa. No encontraba una forma de morir que no se hubiera llevado a cabo en algún momento de la historia. Otra vez plagio. Salto al vacío, atropello, tiro en la sien, horca casera, nada. Salió a la calle. Caminó. Llegó hasta la puerta de un hospital. Permaneció horas de pie. La mente en blanco. Los brazos caídos. La mirada perdida. Entró por urgencias. Recorrió los pasillos. Robó un bisturí y volvió a salir. Caminó. La desesperación le producía cortes en los muslos. Se paró delante de la entrada de la editorial. El bisturí sesgó la yugular. Vio como la sangre seguía con disciplina el dibujo de las baldosas de la acera. Otra vez plagio. Cerró los ojo. Murió.

domingo, 2 de septiembre de 2007

un día especial

Nació a las doce en punto de la noche. Como cada año. El mundo seguía su curso y estaba relativamente tranquilo. Una guerra en oriente próximo, un vagabundo asesinado en alguna calle de Nueva York, un guardia de seguridad llamando a un programa de la radio, varios jóvenes bebiendo kalimotxo en un parque, manifestaciones de estudiantes, una pareja haciendo el amor en la playa mientras es grabada por un videoaficionado. Nada susceptible de ser noticia, ya sea por irrelevante o por costumbre.

Esta vez quería que fuera diferente, quería ser recordado. Tenía la esperanza de conseguir una gesta digna de engrosar los libros de historia y lucharía con todas sus fuerzas por conseguirlo.

El reloj marcó las cuatro de la mañana cuando una noticia conmocionó las redacciones de los medios de comunicación. Un famoso escritor había muerto a causa de una parada cardiorrespiratoria. Tenía más de ochenta años y seguía en activo. Pero le había llegado la hora y la parca no perdona. No era la noticia que él buscaba, aunque quedaba mucho tiempo por delante para conseguir la buena nueva por la que ser recordado.

A las seis de la mañana una voz entrecortada por las lágrimas, anunció por teléfono el fallecimiento de una de las actrices secundarias con más carisma del cine patrio. Un fallo respiratorio había acabado con su vida. Era mayor, no tenía edad porque las mujeres nunca tienen edad, o eso dicen. Había dedicado sus últimos años de vida a trabajar en televisión, donde había obtenido el estatus de protagonista y la fama que ello conlleva. Pero nada pudo hacer contra el destino.

Dos noticias nefastas en cuestión de horas. La cosa se complicaba. Cada noticia negativa influía de forma directamente proporcional al tamaño de la buena noticia que buscaba cada vez con mayor desesperación. A más noticias negativas mayor trascendencia debería tener la buena noticia. La idea de verse marcado por la muerte de dos personajes públicos le produjo una gran desazón. Pero no desfalleció y siguió luchando.

A media mañana, cuando todo el mundo comentaba las terribles pérdidas de la actriz y el escritor pasó algo todavía más terrible. Hacía varios días que el joven jugador de fútbol estaba ingresado en un hospital en estado muy grave. Nadie quería pensar que pudiera ocurrir pero ocurrió. Antes de que las terrazas de los bares prepararan las mesas para la comida, el corazón del joven futbolista no soportó más la presión y decidió pararse. Era muy joven y estaba a punto de ser padre. Nadie es capaz de permanecer impasible ante tamaña tragedia. La noticia frenó al país en seco. Contra esto no podía luchar. Había perdido. Es ley de vida, la desgracia siempre gana sobre la dicha.

Dejó que pasara el resto de su vida observando los especiales en televisión, los recordatorios en la prensa, las espontáneas muestras de cariño de la gente, hasta que a él también le llegó su hora. Murió a las doce en punto de la noche, deshecho y apenado. Sus esperanzas se habían vuelto contra él. Había conseguido ser recordado, sí, pero no como había deseado. Y lo peor es que estas muertes le acompañaran cada año a partir de las doce en punto de la noche, transformadas en homenajes. Hasta que el tiempo desvanezca la memoria.

sábado, 25 de agosto de 2007

respeto a le tercera edad VI

Hace dos semanas tuve que ir de urgencias. Me dolía todo el cuerpo. La sala de espera estaba abarrotada. Vi una silla libre y me acerqué. Cuando me iba a sentar un viejo colocó su mariconera a modo de barrera. Por respeto a la tercera edad no le dije nada. Otro viejo salió del cuarto de baño y se sentó en la silla libre. Comenzaron a hablar de los amigos que habían muerto en el último mes, de lo mal que estaba la sanidad pública y de que la Viagra era el mejor invento de la historia. Al cabo de media hora los viejos se levantaron, se dieron un apretón de manos y quedaron al día siguiente en el mismo sitio, a la misma hora. Para qué ir al parque con lo fresquito que se está aquí. Los viejos me miraron y sonrieron. ¡Putos viejos de los cojones!

Una señora de la limpieza pasó fregando el suelo. El viejo que había impedido que me sentara resbaló y se estampó contra el suelo. Se partió la cadera y el fémur. Mientras dos enfermeros lo subían a una camilla. El viejo me miró con expresión de dolor. Yo lo miré, y sonreí. ¡Jódase viejo del demonio!

Los de la televisión local quisieron entrevistarme. Yo me negué. Me dolía todo el cuerpo. Dieron media vuelta, con mala cara, y se marcharon sin despedirse. Entrevistaron a la mujer de la limpieza. Seguramente durante el resto de la semana la gente la señaló por la calle, la saludó, y firmó algún autógrafo. Eso en el caso de que sepa escribir.

domingo, 12 de agosto de 2007

cordura VI

Todos los hombres tienen secretos. Yo también tengo secretos. Secretos inconfesables. Mis secretos. Y nunca se los contaré a nadie. Porque si algún día le cuento a alguien alguno de mis secretos incofesables, como que por las noches me visto con la ropa de mi mujer y salgo a la calle en busca de nuevas experiencias con hombres casados a los que depués de darles lo que no encuentran en casa tengo que matar, descuartizar y disolver en cal viva, tendría que matarlo. ¡Mierda! Ahora tendré que mataros. ¡Joder!

lunes, 6 de agosto de 2007

paranoia

Julián está sentado en una hamaca en la terraza de su ático. Está leyendo un libro de autoayuda para dejar de fumar. En una mano sostiene el libro mientras en la otra sujeta un cigarrillo que se consume poco a poco. Da una calada y lanza la colilla a la calle. La colilla cae en la cabeza del Imán de la mezquita del barrio. Su cabello empieza a arder. Corre de un lado a otro, apuntando los brazos al aire mientras grita en árabe pidiendo ayuda. Corriendo y gritando entra en la sala de espera de urgencias del hospital. El guardia de seguridad, que no acabó la EGB, llama por radio a la central, que está conectada directamente con la policía, y avisa de que un islamista radical envuelto en llamas acaba de irrumpir en la sala de espera de urgencias. Mientras, el Imán no encuentra su tarjeta sanitaria, por lo que se niegan a atenderle. En menos de cinco minutos el hospital está rodeado de policía, coches de bomberos y ambulancias. También las cámaras de varios canales de televisión se apostan en los alrededores del hospital. Todas las cadenas emiten en directo el supuesto atentado. En varias ciudades se montan manifestaciones de rechazo al terrorismo. El ministro del interior da una rueda de prensa pidiendo tranquilidad, el ministro del exterior, que está sentado a su lado, dice que llevan tiempo esperando una acción de este tamaño e importancia, el ministro del interior dice que sí, pero que no hay por que alarmarse. Mientras los ministros hablan, varios aviones del ejército despegan en dirección al país de origen del Imán. A ciencia cierta no saben bien cual es, pero seguro que está en oriente medio. El guardia de seguridad amenaza al Imán con la porra en una mano y un bote de espray de pimienta en la otra. El Imán muere a causa de las quemaduras repartidas por toda la cabeza. Julián termina de leer el libro. Está convencido que va a dejar de fumar. Enciende la tele, el presentador de telediarios con más credibilidad de la tele está informando de que miles de hombres, mujeres y niños, todos civiles, han muerto en oriente medio a causa de los bombardeos de varios aviones de las fuerzas armadas.


"Intensifican medidas de seguridad ante amenazas de inminentes atentados" Terra.es

jueves, 2 de agosto de 2007

respeto a le tercera edad V

La semana pasada fui a pasear. A las dos horas de andar estaba reventado y decidí sentarme en un banco del parque. Todos los bancos estaban ocupados por viejos. Hablaban de cuando eran jóvenes y perseguían a las chicas, de lo raro que estaba el tiempo y de que la Viagra era el mejor invento de la historia. Por fin encontré un hueco en uno de los bancos y me senté en un extremo. En el otro un viejo dormitaba. Me había tocado la parte del banco con sombra. El viejo despertó y me pidió si le cambiaba el sitio. Por respeto a la tercera edad se lo cambié. El viejo me miró, sonrió y siguió durmiendo. ¡Puto viejo de los cojones!

El banco estaba a la sombra de un pino. El viejo estaba empezando a roncar cuando uno de los pájaros cantores se le cagó en la calva. Despertó sobresaltado, se echó mano a la cabeza y se esparció la mierda. Me miró rojo de vergüenza. Yo lo miré y sonreí. ¡Jódase, viejo del demonio!

Esta vez nadie me entrevistó. Nadie me señaló por la calle, nadie me saludó, no firmé ni un solo autógrafo. Pero la sensación de que aquel viejo había recibido su merecido me bastaba para ser feliz.

lunes, 30 de julio de 2007

cordura V

- La locura es la cordura de los incomprendidos.
- ¿Cómo? No lo entiendo.
- La locura... ¡¡¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah!!!
- ¿Sabes? Creo que estás loco.

sábado, 28 de julio de 2007

ser o no ser

-Mira que eres de pueblo.

-¿Qué dices? Si soy diseñador gráfico. Escucho jazz, techno y a los White Stripes. Voy a festivales de música moderna, al teatro, a los cines donde pasan películas independientes en versión original. Leo a Auster, a Benacquista, a Cortázar. Todos los jueves ceno en restaurantes de diseño, me dejo una pasta y salgo con hambre pero no me importa. Compro mi ropa en tiendas exclusivas. Tieno un Mini de los nuevos. Hago la compra en el supermercado de El corte inglés. Paso horas delante del espejo, cuidando mi imagen estudiadamente descuidada. Tengo un fotolog, un blog y utilizo el Messenger a diario. Descargo series americanas en versión original. ¡Los americanos si que saben hacer series! Voy con mi Ipod a todas partes. Estoy en contra de los toros. Reniego de todo lo que huele a comercial. Soy un urbanita. Soy underground.

-Ya, ¿y cuándo vas a las fiestas de tu pueblo qué? ¿Qué haces entonces?

-No sé, bebo vinacho en tetrabrik y cerveza en vaso de plástico. Bailo los éxitos de Shakira y el último Reggaeton que suena en la radio. Babeo con las bailarinas de la orquesta. Corro delante de la vaquilla. Llevo la misma ropa roída tres días seguidos. Recorro las calles del pueblo en el Vespino de tu primo. Pido otra. Y otra. Y otra. Como bocadillos de chorizo frito. Meo entre los coches y vomito delante de mis padres mientras bailan un pasodoble. Pero eso es diferente. Las fiestas son para desmadrarse.

-¿Lo ves? Por mucho que intentes parecer lo contrario, eres de pueblo.

 
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