sábado, 8 de septiembre de 2007

Suicidio

Cerró el libro y se durmió. Se despertó a las tres en punto de la mañana. Su corazón latía con la fuerza de un motor. Por fin las musas se habían dignado a aparecer. Llevaba más de tres años esperando esa idea. La idea. Tres años de espera, de pasar hambre, de trabajos de mala muerte, de dsesperacion creativa. Esa noche la sequía se convirtió en inundación. Pasó tres semanas escribiendo sin levantar la vista de la máquina de escribir. El teléfono sonaba una y otra vez. Llamaban del trabajo. Perdió veinte kilos. La comida se podría en la nevera. La barba crecía con cada capítulo terminado. El cenicero lleno de colillas. Un cigarrillo por página. Cien, doscientas, trescientas páginas. El teléfono sonó por última vez. Un mensaje en el contestador le anunciaba su inminente despido. Cuatrocientas, quinientas, seiscientas cincuenta y cuatro páginas a doble espacio. Fin. Su obra maestra estaba terminada, impresa y encuadernada. Se negó a hacer una segunda lectura. ¿Para qué?. La editorial tardó en contestar varios meses. Los nervios, agarrados al estómago, le impedían vivir con normalidad. El tiempo pasaba despacio. El cenicero se volvía a llenar de colillas. Un cigarrillo cada cinco minutos. Cada tres minutos. La espera era insoportable. En la televisión los programas duraban días. Los pájaros se posaban sobre el alfeizar de su ventana a cámara lenta. Llevaba mucho tiempo sin pisar la calle. Un viernes sonó el timbre. El cartero le entregó una carta certificada. Firmó en la línea de puntos. Abrió el sobre y despertó. La frustración llenó el apartamento. La carta era clara. Plagio. Plagio. Plagio. La rabia inyectó sus ojos en sangre. Decidió suicidarse. Pensó la forma más humillante de hacerlo pero no se le ocurrió nada. La confianza en su creatividad desapareció en el momento en el que la carta certificada entró en su casa. No encontraba una forma de morir que no se hubiera llevado a cabo en algún momento de la historia. Otra vez plagio. Salto al vacío, atropello, tiro en la sien, horca casera, nada. Salió a la calle. Caminó. Llegó hasta la puerta de un hospital. Permaneció horas de pie. La mente en blanco. Los brazos caídos. La mirada perdida. Entró por urgencias. Recorrió los pasillos. Robó un bisturí y volvió a salir. Caminó. La desesperación le producía cortes en los muslos. Se paró delante de la entrada de la editorial. El bisturí sesgó la yugular. Vio como la sangre seguía con disciplina el dibujo de las baldosas de la acera. Otra vez plagio. Cerró los ojo. Murió.

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