jueves, 20 de septiembre de 2007

y al tercer día, volvió a morir

La viuda del futbolista fue a arreglar la tumba de su marido. Aquella tarde le iban a hacer una entrevista para el programa estrella de la cadena líder de audiencia y quería que la tumba de su marido fuera la más bonita de todas.

Entró en el cementerio y saludó con un gesto marchito y lágrimas en los ojos al funcionario encargado del registro de entradas y salidas. El funcionario correspondió al saludo y apuntó en una libreta: tres. La mujer del futbolista se cruzó en su camino con las otras dos personas que lloraban, ajenas a todo, a sus seres queridos.

Llegó hasta el nicho, situado a ras de suelo, cambió las flores que empezaban a marchitarse por unas nuevas, resplandecientes, limpió el polvo de la foto en la que su marido celebraba el gol que metió a su equipo en la copa de Europa, besándose el anillo. De repente escuchó un ruido. Venía del interior del nicho. Se asustó. Se formó una pequeña grieta en uno de los bordes de la lápida. Sonaron varios golpes más hasta que el cemento cedió y la lápida cayó levantando una pequeña nube de polvo al golpear contra la el suelo de arena. El futbolista salió del nicho. Su mujer no podía creer lo que estaba viendo. Esbozó una mueca, mezcla de alegría por volver a ver a su marido muerto y de terror por volver a ver a su marido, al que creía muerto. Le preguntó qué estaba haciendo él allí.

El futbolista le explicó lo del túnel, le contó que había visto a sus abuelos, a su tío el que murió pillado por un toro cuando saltó de espontáneo en la Maestranza y a otra gente que no conocía que le aplaudían y que al llegar al final del túnel, en lugar de estar la típica luz, estaba San Pedro, que le dijo que todavía no era su hora y que volviera por donde había venido. Las palabras de San Pedro le chocaron un poco, pero ¿qué iba a hacer? No le iba a llevar la contraria al portero del cielo así que dio media vuelta y emprendió el camino de vuelta a la vida. Lo que pasa es que se perdió. Estuvo caminando varios días hasta que por fin encontró la salida del túnel y ahí estaba, vivito y coleando y abrazando a su mujer.

El futbolista quería saber que había pasado en su ausencia y su mujer le explicó que le habían dedicado homenajes en todo el mundo, que había salido en todos los periódicos y en todas las televisiones, que la gente se había portado muy bien con ella y con su hijo, pero hacía un par de semanas que se había formado un follón bastante importante por el tema de la herencia. Claro, al no haber hecho testamento todo el mundo quiere pillar cacho. Y ella no estaba dispuesta a darle nada a los tíos del futbolista que ni siquiera habían ido a la boda y ahora querían quedarse con la casa de la playa. Él la tranquilizó. La herencia ya no era problema. El viaje por el limbo le había abierto los ojos y había decidido donar todas sus posesiones a una ONG para ayudar a los más necesitados. Su mujer rió nerviosa, no hay que precipitarse, acababa de vivir una experiencia traumática y seguramente estaría en estado de show. Lo que tenían que hacer era ir a casa, comer algo, echarse una siestecita y dejarse de ONG’s y tonterías. No consiguió convencerle, estaba seguro de que no les hacía falta el dinero para ser felices. Ella insistió. Él se cerró en banda, si hasta tenía claro a que ONG iba a donar el dinero. Antes de que el futbolista pudiera seguir hablando, la mujer le estampó el jarrón en la cabeza. El futbolista cayó al suelo y se golpeó la sien contra una esquina de la lápida. Su mujer comprobó que no tenía pulso. Estaba muerto… otra vez. La mujer metió el cuerpo de su marido en el nicho, colocó la lápida en su sitio, recogió el jarrón roto y las flores esparcidas por el suelo y lo tiró todo en una papelera. Ya no era la tumba más bonita del cementerio. La viuda sacó un espejito del bolso, se arregló el pelo y esperó a que llegaran los de la televisión.

sábado, 8 de septiembre de 2007

Suicidio

Cerró el libro y se durmió. Se despertó a las tres en punto de la mañana. Su corazón latía con la fuerza de un motor. Por fin las musas se habían dignado a aparecer. Llevaba más de tres años esperando esa idea. La idea. Tres años de espera, de pasar hambre, de trabajos de mala muerte, de dsesperacion creativa. Esa noche la sequía se convirtió en inundación. Pasó tres semanas escribiendo sin levantar la vista de la máquina de escribir. El teléfono sonaba una y otra vez. Llamaban del trabajo. Perdió veinte kilos. La comida se podría en la nevera. La barba crecía con cada capítulo terminado. El cenicero lleno de colillas. Un cigarrillo por página. Cien, doscientas, trescientas páginas. El teléfono sonó por última vez. Un mensaje en el contestador le anunciaba su inminente despido. Cuatrocientas, quinientas, seiscientas cincuenta y cuatro páginas a doble espacio. Fin. Su obra maestra estaba terminada, impresa y encuadernada. Se negó a hacer una segunda lectura. ¿Para qué?. La editorial tardó en contestar varios meses. Los nervios, agarrados al estómago, le impedían vivir con normalidad. El tiempo pasaba despacio. El cenicero se volvía a llenar de colillas. Un cigarrillo cada cinco minutos. Cada tres minutos. La espera era insoportable. En la televisión los programas duraban días. Los pájaros se posaban sobre el alfeizar de su ventana a cámara lenta. Llevaba mucho tiempo sin pisar la calle. Un viernes sonó el timbre. El cartero le entregó una carta certificada. Firmó en la línea de puntos. Abrió el sobre y despertó. La frustración llenó el apartamento. La carta era clara. Plagio. Plagio. Plagio. La rabia inyectó sus ojos en sangre. Decidió suicidarse. Pensó la forma más humillante de hacerlo pero no se le ocurrió nada. La confianza en su creatividad desapareció en el momento en el que la carta certificada entró en su casa. No encontraba una forma de morir que no se hubiera llevado a cabo en algún momento de la historia. Otra vez plagio. Salto al vacío, atropello, tiro en la sien, horca casera, nada. Salió a la calle. Caminó. Llegó hasta la puerta de un hospital. Permaneció horas de pie. La mente en blanco. Los brazos caídos. La mirada perdida. Entró por urgencias. Recorrió los pasillos. Robó un bisturí y volvió a salir. Caminó. La desesperación le producía cortes en los muslos. Se paró delante de la entrada de la editorial. El bisturí sesgó la yugular. Vio como la sangre seguía con disciplina el dibujo de las baldosas de la acera. Otra vez plagio. Cerró los ojo. Murió.

domingo, 2 de septiembre de 2007

un día especial

Nació a las doce en punto de la noche. Como cada año. El mundo seguía su curso y estaba relativamente tranquilo. Una guerra en oriente próximo, un vagabundo asesinado en alguna calle de Nueva York, un guardia de seguridad llamando a un programa de la radio, varios jóvenes bebiendo kalimotxo en un parque, manifestaciones de estudiantes, una pareja haciendo el amor en la playa mientras es grabada por un videoaficionado. Nada susceptible de ser noticia, ya sea por irrelevante o por costumbre.

Esta vez quería que fuera diferente, quería ser recordado. Tenía la esperanza de conseguir una gesta digna de engrosar los libros de historia y lucharía con todas sus fuerzas por conseguirlo.

El reloj marcó las cuatro de la mañana cuando una noticia conmocionó las redacciones de los medios de comunicación. Un famoso escritor había muerto a causa de una parada cardiorrespiratoria. Tenía más de ochenta años y seguía en activo. Pero le había llegado la hora y la parca no perdona. No era la noticia que él buscaba, aunque quedaba mucho tiempo por delante para conseguir la buena nueva por la que ser recordado.

A las seis de la mañana una voz entrecortada por las lágrimas, anunció por teléfono el fallecimiento de una de las actrices secundarias con más carisma del cine patrio. Un fallo respiratorio había acabado con su vida. Era mayor, no tenía edad porque las mujeres nunca tienen edad, o eso dicen. Había dedicado sus últimos años de vida a trabajar en televisión, donde había obtenido el estatus de protagonista y la fama que ello conlleva. Pero nada pudo hacer contra el destino.

Dos noticias nefastas en cuestión de horas. La cosa se complicaba. Cada noticia negativa influía de forma directamente proporcional al tamaño de la buena noticia que buscaba cada vez con mayor desesperación. A más noticias negativas mayor trascendencia debería tener la buena noticia. La idea de verse marcado por la muerte de dos personajes públicos le produjo una gran desazón. Pero no desfalleció y siguió luchando.

A media mañana, cuando todo el mundo comentaba las terribles pérdidas de la actriz y el escritor pasó algo todavía más terrible. Hacía varios días que el joven jugador de fútbol estaba ingresado en un hospital en estado muy grave. Nadie quería pensar que pudiera ocurrir pero ocurrió. Antes de que las terrazas de los bares prepararan las mesas para la comida, el corazón del joven futbolista no soportó más la presión y decidió pararse. Era muy joven y estaba a punto de ser padre. Nadie es capaz de permanecer impasible ante tamaña tragedia. La noticia frenó al país en seco. Contra esto no podía luchar. Había perdido. Es ley de vida, la desgracia siempre gana sobre la dicha.

Dejó que pasara el resto de su vida observando los especiales en televisión, los recordatorios en la prensa, las espontáneas muestras de cariño de la gente, hasta que a él también le llegó su hora. Murió a las doce en punto de la noche, deshecho y apenado. Sus esperanzas se habían vuelto contra él. Había conseguido ser recordado, sí, pero no como había deseado. Y lo peor es que estas muertes le acompañaran cada año a partir de las doce en punto de la noche, transformadas en homenajes. Hasta que el tiempo desvanezca la memoria.

 
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