lunes, 4 de junio de 2007

todos somos nuestros padres

Me gustaría hablarles de una de las frases más traumáticas que todo ser humano tiene que escuchar al menos una vez en la vida: “A ver si vas pensando en trabajar un poquito ¿no?”.

Hasta ese día eres feliz. Tienes treinta y tantos, vives con tus padres, no tienes novia, aunque tampoco te hace falta porque tienes conexión Adsl. Tampoco tienes coche, ni carnet, pero te da igual porque tus amigos que trabajan si lo tienen y te llevan y te traen. Y encima te envidian porque vives como Dios: “¡Joder, qué suerte, todo el día tirao’ en el sofá!”. Como si fuera fácil aguantar a tu madre todo el día pasando la escoba: “A ver, nene, levanta los pies”; “Espérate un momento que está fregao’”; “No me pongas las manos en los cristales que dejas las huellas”. "Joder, mamá, si ya limpiaste ayer".

Luego llega tu padre, que viene de sufrir un turno de mañana en la fábrica. Y te encuentra tumbado en el sofá, ocupando las cuatro plazas. En una mano el mando de la tele, en la otra una colilla consumida, con la ceniza colgando en forma de media luna y en ese punto en el que si no te mueves todo va bien, pero como se te ocurra respirar la has cagado. Tienes que llamar a tu madre a gritos para que venga a limpira y vuelta a empezar: "Si es que, de verdad, parezco una chacha, todo el día limpiando".

El caso es que a tu padre, ante la evidencia de que te has pasado la mañana tocándote las pelotas, se coloca delante de la tele y te mira desafiante. Tú le miras a él, se crea un silencio tenso. Hasta que le dices “¡Papá que no veo!”. Empiezas a notar como algo se revuelve en su interior, se le desencaja la cara, una especie de babilla espesa aparece en la comisura de sus labios, se le hincha una vena en la frente, se acuerda de algún miembro de su familia, generalmente tu abuela, su madre, y se va. Mientras se aleja por el pasillo su voz se va apagando, lo que no evita que a tus oídos lleguen frases del tipo: “¡Me cago en la madre que me parió!” “¡El niñato de los cojones!” “Me rompo lo cuernos trabajando…”. Estas frases no caen en saco roto, noooo. No puedes escuchar a tu padre decir esas cosas. Tienes que hacer. Es el momento de subir el volumen del televisor.

Durante la comida se nota algo raro en el ambiente. Como tensión. Notas la mirada de tu padre clavada en tu cabeza, siguiendo tus movimientos a la espera de un atisbo de debilidad. Tú no cedes, miras al plato, a la tele, al perro, cuentas cuantos cuadraditos rojos hay en el mantel, luego cuentas los blancos. 510 rojos y 509 blancos. Llega un momento en el que no aguantas más la tensión. Buscas algo para romper el hielo y no se te ocurre nada mejor que preguntarle: “¿Qué tal en el trabajo?”. En ese momento tu padre explota, notas como las palabras suben desde el estómago y salen cargadas de bilis: “Bien, hijo, bien. ¿Y a ti? Ah, no, que tu no trabajas, que tú prefieres que te lo den todo hecho, ¿no? Pues tienes treinta años ya. A ver si vas pensando en trabajar un poquito, ¿no?”. ¡Noooooooooooooooo! Ahí está la frase. Estás perdido.

A partir de ahí, ves los días pasar mientras tú intentas olvidar la maldita frase, pero es imposible. “A ver si vas pensando en trabajar un poquito ¿no?” “A ver si vas pensando en trabajar un poquito ¿no?”. Ya no disfrutas viendo las tertulias mañaneras de los programas del corazón. Parece que tu madre te persiga con la escoba “Nene, los pies” “Nene, los pies”. Las tías en pelotas de Internet ya no te parece que estén tan buenas… Bueno, eso no pasa.

Así que decides buscar trabajo. Como es algo nuevo, empiezas a escuchar palabras de las que nunca antes habías oído hablar. INEM, mercado laboral, departamento de recursos humanos, currículum. Al principio te suenan a chino ¿INEM? ¿Que coño será un INEM? Pero poco a poco descubres, por ejemplo, que el INEM es como ir a terapia, conoces gente que está en tu misma situación, habláis, quedáis para tomar unas cañas… O que el mercado laboral son esas hojas de color rosa que hay en los periódicos y que sirven para envolver las copas en las mudanzas. O que los recursos humanos hasta que no estás trabajando son un mito, nadie que esté en paro ha visto nunca a alguien de recursos humanos de ninguna empresa. O que el currículum sirve para descubrir que en los ordenadores caben más cosas a parte de tías en pelotas.

Después de las primeras treinta o cuarenta entrevistas empiezas a pensar si el curso de programación Basic que hiciste cuando tenías dieciséis años servirá para algo. Lógicamente no. Y eso te hace tener esperanza. Te vuelves a ver tirado en el sofá, fingiendo estar deprimido, sisándole a tu madre el cambio de la compra para tabaco, evitando la mirada de resignación de tu padre, "¡Este niño es inútil!" Sí, papá, soy inútil, pero tengo la espalda sana. Aunque no por mucho tiempo. Al final tu padre consigue que entres en su empresa como aprendiz y tus sueños se van a la mierda. Te toca el turno de noche por lo que dejas de salir con tus amigos y ellos dejan de envidiarte, ahora les das pena "¡Qué putada, el turno de noche es el más jodido!" "¡Tampoco está tan mal!". Empiezas a echar de menos a tu madre pidiéndote que levantes los pies. Con el tiempo, te hacen fijo y comienzas a notar algo en tu interior cambia. Y te asusta. Empiezas a sentir deseos de tener novia y coche y de pasar el fin de semana en el centro comercial. Y cuando consigues tener novia y coche, quieres más, quieres tener hijos. Y acabas teniéndolos. Entonces quieres que trabajen y te ponen de los nervios cuando están más de diez minutos seguidos en el sofá. Y es ahí cuando te das cuenta: te has convertido en tu padre. Menos mal que siempre quedará internet y sus tías en pelotas. Buenas noches.


"Más de la mitad de los jóvenes aguanta hasta los 34 años en casa de sus padres" Elcorreogallego.es

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