lunes, 2 de julio de 2007

respeto a le tercera edad I

El mes pasado tuve que hacer un viaje a la ferretería. Estaba en la cola. Era el siguiente. Una vieja entró y sin preguntar quien era el último se dirigió al mostrador. Por respeto a la tercera edad no le dije nada, pero la habría matado allí mismo. La vieja pidíó, pagó, relató con todo lujo de detalles sus últimas visitas al ambulatorio, enumeró los últimos fallecimientos del mes y comentó que la Viagra era el mejor invento de la historia. ¡Puta vieja de los cojones! Por fin llegó mi turno, antes de poder abrir la boca empezó a sonar a todo volumen el último éxito de King África mientras de la trastienda salían el dueño de la ferretería, el presentador de la tele local, un cámara, un microfonista y unas azafatas rubias vestidas de brasileñas que bailaban como si estuvieran poseídas.

Era el cliente un millón. Me hicieron entrega de un cheque gigante que resultó ser un vale descuento del quince por ciento en complementos de jardineria. La vieja no había salido todavía de la ferretería. La miré fijamente, ella disimuló roja de envidia. No soportó la presión y nuestras miradas se encontraron. Y sonreí. Estoy seguro de qué entendió perfectamente el mensaje: ¡Jódase, vieja del demonio!

Durante varios días la gente me señalaba por la calle, me saludaba, incluso llegué a firmar algún autógrafo. La ciudad entera me admiraba, sobre todo cuando me veían con mis tijeras podadoras enganchadas al cinturón.

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