lunes, 9 de julio de 2007

el atraco perfecto

Entrar, coger el dinero y salir. Nadie tiene por qué enterarse de nada. Y luego, a disfrutar. Está todo planeado al milímetro.

Es la hora. Antes de salir a la calle miro el buzón, como hago cada día, no quiero levantar sospechas. Me enciendo un cigarrillo y camino tranquilo. Tengo la sensación de que la gente me mira. Es imposible, llevo dos semanas haciendo el mismo camino, cada día, a la misma hora. Para no levantar sospechas. Para crear una rutina. Me paro en el quiosco de Julián y le compro un cupón. En estas dos semanas Julián y yo nos hemos hecho casi íntimos, de hecho es la única persona con la que he hablado en estas semanas. Aunque es casi ciego y sería difícil que me reconociera en el caso de que algo saliera mal, he preferido curarme en salud y no contarle nada de mi infalible plan.

Nada va a salir mal. Llevo meses planeando el golpe. Está todo pensado, hasta el más mínimo detalle. Entrar, coger el dinero y salir. Sin violencia. Ni siquiera llevo pistola o cualquier otro tipo de arma. Llego a la parada del autobús con dos minutos de adelanto. Espero de pie a que llegue y subo. Pago el billete y me dirijo a la parte de atrás. Es más cómodo. Todo marcha según lo planeado. El autobús me deja en la puerta del banco a la hora prevista. Empiezo a notar un cosquilleo en el estómago. Supongo que es normal. Atravieso el vestíbulo despacio y llego hasta una de las ventanillas.

- Buenos días.
- Buenos días, esto es un atraco. No se ponga nerviosa y no pasará nada.

La cajera me mira con incredulidad. Estaba previsto, muy poca gente se atrevería a atracar el banco de España a plena luz del día.

- Meta 300.000 euros en esta bolsa y no pulse la alarma.

La chica obedece. Cierro la bolsa y salgo del banco, caminando tranquilo, como si no hubiera pasado nada. Doblo la esquina y me dirijo hacia la boca del metro. Para la huida es mucho mejor el metro. Además, llevo dos semanas cogiendo el mismo metro cada día a la misma hora.

Una sirena suena detrás de mí. Me giro como haría cualquier persona inocente. Los coches patrulla no se paran en el banco. Lo hacen delante de mí, cortándome el paso. De repente hay cuatro policías apuntándome con sus pistolas. Me piden que suelte la bolsa y que me tire al suelo.

¿Qué ha pasado? No entiendo como me han reconocido. Estaba todo calculado. Nada podía fallar. La ruta, el discurso, el disfraz de abedul. Ya sé. Seguro que la cajera dedica su tiempo libre a la botánica. Sólo una botánica experta es capaz de reconocer un abedul a primera vista. Cualquier otra persona, no experta, me habría confundido con otro árbol, un pino, un roble, incluso un abeto. Ese era el plan.

La próxima vez intentaré el atraco disfrazado de armadillo. Nadie sabe a ciencia cierta como es un armadillo.

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