lunes, 16 de julio de 2007

delito prescrito

Han pasado 24 años. Creo que ya puedo salir a la calle sin miedo a ser detenido. 24 años es mucho tiempo. Me pregunto cuanto tiempo tardará en prescribir un delito por robo. No creo que la cantidad del botín tenga nada que ver. O sí. No estoy seguro. ¿Y si se me echa encima todo el cuerpo de policía nada más pisar la calle? Tendría que arriesgarme. Seguro que ha prescrito. Tiene que haber prescrito. Ha pasado mucho tiempo. Seguro que nadie se acuerda de los 3500 kilos de oro. Está decidido, esta misma tarde salgo a la calle.

He decidido empezar poco a poco. Iré caminando por el paseo marítimo hasta el supermercado, haré unas compras y volveré. Tengo que estar tranquilo. No puedo levantar sospechas. Siempre se me ha dado mal eso de disimular. Se me nota en la cara que soy culpable. ¿Y si me pongo gafas de sol? Eso siempre funciona en las películas. Además, es verano, todo el mundo lleva gafas de sol en verano, aunque esté nublado. Pues nada, me pongo las gafas de sol y una gorra. Espera un momento, si llevo gafas para qué me voy a poner la gorra. Es una estupidez. Nada de gorra. Lo que sí tengo que llevar es un calzado cómodo, por si hay que escapar a la carrera. Ya estoy listo. Allá voy.

Cojo parte del botín, salgo del apartamento y cierro con llave. Según dicen en la tele ha aumentado el número de robos en viviendas, sobre todo en chalets y apartamentos de veraneo. Me cruzo con dos ancianas. Es la primera vez que las veo en mi vida pero las saludo como si las conociera de siempre. Ellas me ignoran. Es buena señal, no me han reconocido o no se acuerdan de mí. Eso está bien. El paseo marítimo está bastante concurrido. Hoy no es un día de mucho calor y la gente ha salido a pasear. Los bancos están llenos de ancianos sentados encima de pañuelos de tela para no mancharse el pantalón y llevan hojas de periódico a modo de sombrero para protegerse del sol. Un par de inmigrantes marroquíes me ofrecen material audiovisual pirateado. Nadie me reconoce. Esto me da confianza. En un acto de osadía me quito las gafas de sol. El mar está azul. Me paro a mirar como un escultor en arena acaba su obra. No llevo nada suelto para darle. Una pareja de la guardia urbana camina hacia mí. ¡Joder! ¿Y ahora qué hago? Me pongo las gafas, empiezo a sudar. Los policías están cada vez más cerca. Me agacho para disimular. Hago como si me atara los cordones de las zapatillas. Pasan a mi lado y ni siquiera se molestan en mirarme. Menos mal. Acelero el paso y no me entretengo en mirar nada más. Si voy al supermercado, voy al supermercado, lo demás no importa.

Entro y cojo una cesta. Me dirijo directamente al pasillo de congelados. Cojo una pizza cuatro estaciones y voy hasta la caja. ¿Cuál elijo? Hay cola en todas. Bueno, la de la cajera más joven. Es la que tiene menos posibilidades de acordarse de mí. La cajera pasa la pizza por el escáner.

-3,50 por favor.

Saco mi parte del botín y se lo entrego a la chica. Me mira sorprendida. ¿Qué le pasa? ¿Por qué me mira así?

-Un momento, voy a ver si hay cambio en la oficina.

La cajera se va. La gente que espera a que me cobren se impacienta. Algunos se cambian de caja. En la calle suenan sirenas de policía. Aquí estoy seguro. No tengo por que ponerme nervioso. Dos coches de policía se paran en la puerta del supermercado. ¡Mierda! Cuatro policías entran y me apuntan con sus pistolas. Gritando me piden que levante las manos y me arrodille.

¿Qué ha pasado? ¿Si llevo las gafas de sol? Alguien se ha debido chivar. Ya está, seguro que la cajera está pluriempleada en al Casa de la moneda. De lo contrario no se entiende que haya reconocido el lingote de oro robado.

No hay comentarios:

 
Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.